Hola a todos!
Os dejo mis artículos de las últimas semanas para el Dxtcampeón, siento el retraso en la subida. Ahora de vacaciones y con más tiempo estoy preparando una entrada muy especial.
Muy pronto os contaré más cositas...
Club grande, club
pequeño
Siempre has jugado en el equipo
de tu pueblo. Cuando empezaste a dar tus primeros pasos ya vieron en ti el
talento innato de aquel que es capaz de guardar el equilibro sin caerse, o que de
hacerlo, que fuese con estilo. Te regalaron tu primer balón y una pequeña
canasta para colgar detrás de la puerta. ¿O fue una pelota de fútbol y
convertiste los árboles del parque en improvisadas porterías? Pero querías más
y te inscribieron en el club cercano a tu casa. Allí pisaste por primera vez
una cancha de baloncesto, constataste lo altas que estaban las canastas, o lo
baja que estaba la tuya, según se mire, y metiste la primera en la de
preminibásket, preparada para ti y tus compañeros. ¿O tu debut fue en un campo
de fútbol, donde cataste por primera vez el sabor del barro, entrenando bajo la
lluvia?
Pero lo más importante es que
conociste a tu primer entrenador. La primera persona que te cogió de la mano y
te abrió las puertas al deporte. Que te enseñó todo lo que sabía, no sólo del
deporte, también de la vida. Porque también es educar, no sólo meter canasta o
marcar gol. Ese primer guía recorrió contigo el inicio del camino en el deporte
y consiguió que lo amases, como ya lo amaba él. Ya no había solución para ti,
una vez conoces el deporte éste se vuelve parte de tu vida para siempre.
Pasaron los años y las
categorías, nuevos amigos, otros antiguos que se fueron quedando por el camino,
que cambiaron de disciplina, que lo dejaron. Y entonces llega un día la
llamada, esa que por inesperada es más sorpresiva. La de ese club grande, que
todo el mundo conoce, donde todos quieren jugar, el de referencia. Donde hay
más entrenadores, medios y prestigio por el mero hecho de vestir esa elástica.
Y te quieren a ti, te piden que pruebes con ellos, que les demuestres lo que
vales.
Y en ese momento olvidas la
primera vez que entraste en ese pequeño pabellón que conoces bien, en ese campo
de fútbol, en esa pista de hockey, olvidas a los que te formaron, a los que
invirtieron tiempo y ganas en ti sin nada a cambio más que tu sonrisa y
asientes. Porque es una oportunidad, porque en el equipo de tu pueblo nunca te
harás un nombre, porque las oportunidades hay que cogerlas al vuelo. Pero como
no tienes la certeza de que te vayan a fichar haces como el mono, que no suelta
una liana sin tener otra sujeta en el brazo contrario. Así, mientras te
examinas y mides las opciones de tu sueño, continúas en las filas de tu club,
ese que te ha visto crecer.
He conocido a otros como tú, que
se dejan engatusar por cantos de sirenas. Que creen que el hecho de que sepan
tu nombre y teléfono ya te convierte en una superestrella. Esos clubes grandes
que te han llamado a ti, antes ya se pusieron en contacto con quinientos como
tú. Os reunirán a todos, entrenaréis, seguro que con los nervios no das tu
mejor nivel, y luego harán una criba. Pero no te lo dirán mientras te secas el
sudor con la camiseta, mientras observes tus piernas cubiertas de barro,
mientras te quites los guantes de hockey. Te mantendrán unos días, o incluso
semanas en vilo y un día te llamarán. O no. Si lo hacen te envolverán con la
tela de araña de un “sí pero no”, un perro del hortelano que ni come ni deja
comer. Que esperes, que no saben, que a ver, que les gustaste, pero… Que te
llamarán. No te engañes, no eres diferente, la mayoría de los clubes grandes
funcionan así. Los clubes pequeños forman jugadores, los grande esquilman todo
lo que pueden. Y al final la triste conclusión, es que tú sólo serás mercancía.