Después de este fin de semana de alegría que nos ha dado el Deportivo os dejo mi artículo de esta semana titulado "Esperanza" y el de la semana pasada "Egos".
Esperanza
Dice el dicho que es lo último que se pierde y, cuando ya
parecía escaparse con el último aliento del partido, cuando Gil Manzano ya
miraba su crono, emergió en forma de rabioso grito. Salió de los #1000deBilbao,
que se dejaron la garganta cantando la diana, brotó del pecho descubierto de un
Lopo al que poco le importaba la tarjeta del trencilla, y fue lanzado al aire
por un Bergantiños, que debería de haber celebrado otro tanto, el suyo,
injustamente anulado.
Esta vez fuimos a meter un gol cuando ya no quedaba tiempo ni
para respirar, don Arsenio Iglesias. Cuando la calculadora ya parecía abocada a
no poder echar ningún tipo de cuenta, ni valía encomendarse a la resolución del
TAS o una huelga. Fuimos a marcar cuando ya estábamos viendo el partido de pie,
porque sentados era imposible seguir esos tres minutos de añadido. Tiempo de descuento
insuficiente señor Gil Manzano, después de seis cambios en la segunda parte,
atender a Herrerín e incluso a un linier. Pero claro, no somos el Madrid
jugándonos la Liga contra el Valencia para que añadan cinco.
Realmente el Deportivo metió antes del minuto 94, pero el
tanto no subió al marcador. Si su fallo lo hubiese cometido en un choque entre
alguno de los grandes Gil Manzano iría directo a la nevera. Pero, todos sabemos
que el árbitro si tiene enfrente a estos equipos se traga el silbato antes de
pitar algo que le comprometa. Porque el trencilla es el mismo que decidió que
el zapatazo de Ardá a un juez de banda no era hecho punible. El mismo ya
amonestado por su dirección en el duelo entre el Athletic y el Betis, que
terminó el lance con nueve.
Pero aún con el colegiado decidido a ser protagonista, el
Deportivo logró rescatar un punto en San Mamés, premió a esa afición que nunca
se rinde y que le acompañó, como en tantos otros desplazamientos. Antes del
choque ante los leones todos decíamos que sólo valía ganar, pero a mí este
punto me sabe a victoria. Será que porque con las tablas en el marcador regresó
algo que muchos ya habíamos perdido: la esperanza.
Egos
Los hay en todos los equipos, en mayor o menos medida, y la
tarea del entrenador es gestionarlos. El problema no es tanto que armonizados
traten todos de convivir en un vestuario, sino cuando chocan con otros. Ya sea
entre compañeros o rivales. En el seno de los equipos suele bastar con una
conversación, mediada o no por el técnico, para garantizar una coexistencia o
pacto de no agresión.
Pero cuando la confrontación proviene de fuera es más
difícilmente controlable. Sobre todo cuando las fuerzas no están equilibradas.
En un partido totalmente normal, y que discurría por los cauces habituales, un
jugador decidió ser protagonista. Por encima del juego de su equipo, del
marcador a favor y creando un importante perjuicio a sus compañeros.
Se puede explicar que un jugador en un momento se enfade,
diga algo de lo que luego se arrepienta o cometa un error. Todos somos humanos.
Pero cuando se busca la pelea, cuando se mira al contrario por encima del
hombro, cuando se le reta y se le pincha, cuando uno se jacta de que ha competido
a niveles inalcanzables para el oponente…Es entonces cuando el ego entra en
juego.
Una sobreestimación sobre uno mismo que mal entendida puede
ser una bomba de relojería. Sobre todo cuando alguien se cree algo que, ni por
asomo, es. Envalentonado por una falacia, el ególatra es juez y parte, no le
vale ninguna decisión arbitral, ni de sus compañeros, todas son erradas excepto
las suyas. Aunque él decida meterse con aquel que considera más débil para
sentirse un poco más grande. ¿Será que realmente se cree más pequeño y
vulnerable de lo que aparenta?
Aquel que proclama a los cuatro vientos lo bueno que es, y
que no deja de recordarlo, suele esconder detrás de esa máscara un complejo de
inferioridad. ¡Quién lo diría de alguien que parece quererse tanto! La triste
realidad es que necesita la aprobación de los demás o al menos la no negación
para reafirmarse. Igual que busca la confrontación, y siempre ante un oponente
que no le pueda hacer frente, para sentirse poderoso.
Un poder irreal, alimentado por un ego insaciable que poco a
poco va cegando a la persona que se dedica en cebarlo. Un velo sobre los ojos
que termina impidiendo al pobre infeliz ver que, cuando se juega en equipo,
cuando se forma parte de un grupo, los egos no tienen cabida.
Feliz lunes!