domingo, 2 de junio de 2013

El orgullo enjuaga las lágrimas

"Los buenos conductores necesitan de caminos sinuosos, nadie aprende a pilotar por líneas rectas" 
(Paulo Coelho)

Demasiadas curvas ha tenido para mí este camino del Deportivo, un año que comenzó siendo ilusionante pero en el que nos ha acabado golpeando la cruda realidad. Un nuevo descenso que esta vez he vivido desde fuera (el anterior lo hice trabajando en un periódico) pero que duele, claro que duele, pero de diferente manera.

Para empezar porque en el primero las lágrimas no afloraron en mis ojos hasta que salí de Riazor, hecho ya el trabajo y con el deber cumplido, pasada ya la madrugada. Imposible pasada la tensión de ruedas de prensa, tecleado frenético y las desencajadas caras de mis compañeros no explotar. Recuerdo que mientras incapaz trataba de ahogar mi llanto un compañero de los medios me aseguró que un año después estaríamos en el mismo escenario celebrando un ascenso. ¡Qué razón tenía!

Sobre el césped de Riazor 365 días después me embriagaba una fiesta que se prolongó durante toda la noche en la ciudad. ¡Cómo cambian las cosas en un año! Y vaya sí cambiaron. Un año después, por tercera temporada consecutiva final de infarto, de nuevo dependiendo de sí mismo el Deportivo y...muriendo en la orilla. Esta vez en la grada, no en los pupitres, antes trabajando, ahora en paro y las lágrimas pudiendo salir, aunque rápidamente enjuagadas por la bufanda. Una reliquia que viajó a Madrid en aquella Copa del Rey y que ha sido testigo de lo mejor y peor de la historia del equipo.

Lloré poco, menos de lo que suponía, porque rápidamente un sentimiento prevaleció sobre la pena: el orgullo. De una afición que de pie despedía a los jugadores, a uno que se disculpaba por enésima vez y sólo debería hacerlo por ser tan grande y por demostrar que hay vida más alla de los considerados figurines, tatuajes y demás tonterías. No sólo a Iniesta se le aplaude en todos los campos. Una hinchada que arropó, que animó hasta el final y que no reprochó nada, aunque podría haberlo hecho, sobre todo a cierto señor apoltronado al que parece que el trasero se le ha quedado encajonado, ¿es el cuero comfortable para las posaderas?

Orgullo de aficionados que puestos en pie me hicieron recordar la grandeza que puede llegar a atesorar el deporte que no increpa a los que pierden, que perdona los errores y que siempre debe unir a personas, nunca separar. Ni a propios ni a extraños. Ayer en Riazor latía un sólo corazón y por eso más que nunca sé que el Deportivo sobrevivirá. A mandatarios, a jugadores, a situaciones deportivas, a entrenadores. Porque el músculo que da la vida bombea sangre desde ayer con más vigor que nunca. Y eso, señores, no se compra con dinero.

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