Empezamos la semana con mi artículo esta semana "Minis" sobre los malos hábitos que cogemos muchas veces los deportistas de pequeños y de quién es la culpa...
Minis
En todos los deportes hay categorías destinadas a los jugadores más jóvenes. Apenas llegan al metro de altura y en fútbol ya pueden dar patadas a un balón y competir (aunque los partidos se basen en un niño con un balón y el resto, sean de su equipo o no, persiguiéndolo). En baloncesto sube la edad para irrumpir en la competición (7 años). Hacer comprender lo que implica un partido a esas edades no es siempre sencillo, como tampoco lo es que los padres entiendan que sus hijos están allí únicamente y exclusivamente para divertirse.
Muchos progenitores parecen querer proyectar en ellos los sueños no cumplidos, o directamente se dejan el cerebro en casa cuando están viendo a su hijo jugar y se dedican a dar ‘claves’ desde la grada. Los partidos en estas edades, en el caso del baloncesto, tienen lugar en pistas transversales, por lo que se disputan varios partidos a la vez en la misma instalación. Los puntos los lleva un oficial de mesa y cuando la diferencia es de 50 para un equipo (porque se llega y muchas veces) se cierra el acta y, aunque se sigue jugando, ya no se suman esos puntos.
En ese contexto de deporte como mera y pura diversión hay algunos que deciden convertir un partido de fin de semana, un momento de ocio para su hijo, en una oportunidad para echar bilis. No son la mayoría de los casos, afortunadamente. “Tú tienes que botar y no pasarle, y tienes que desmarcarte más, y pedir que te la den…” Recuerdo cruzarme con un niño compungido mientras su progenitor hacía la radiografía de su actuación en la cancha. También criticaba a su entrenador, la máxima del papá hooligan, que culpa de todos los males al técnico y enseña a su hijo a quién señalar en el futuro.
Esos son los mismos padres que cuando llega el fin de semana y no les apetece llevar al niño a jugar dejan colgados al equipo. Conciben el deporte como una actividad extraescolar, no enseñan a su hijo lo que es contraer una pequeña obligación y le muestran el camino futuro cuando no le apetezca hacer algo.
Seguramente esos mismos a los que les viene mal que su hijo compita un sábado a las 10 de la mañana bajo la lluvia en diciembre son los padres del próximo jugador que usará esa célebre frase, reina de las excusas de mal pagador y que deportistas de todas las disciplinas repiten como un mantra que los absuelve de todo, como si fuese una máxima refutable: “No puedo ir, que tengo que estudiar”. La culminación de una forma errónea afrontar el deporte y lo que implica forma parte de un equipo y que aprendieron siendo todavía minis. ¿De quién es la culpa?
Feliz lunes!
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