Os paso mi artículo de esta semana sobre el desplante de los jugadores de la selección española a los aficionados que les esperaban en Madrid y que contrasta con el que realicé sólo una semana antes defendiendo a los jugadores de Del Bosque.
Cobardes
No hay otra palabra para definir a la selección española de fútbol que se olvidó de las formas una vez puesto el pie en España. Jordi Alba ya había avisado de que los ánimos estaban caldeados, después de que hubiésemos asistido al desplante de Fábregas. Pero tras el chasco de la eliminación y el susto del rayo al aterrizar el avión del combinado nacional, llegó la sorpresa. Los campeones del mundo evitaban a los seguidores que los estaban esperando para recibirlos entre pancartas de ánimo y los pupilos de Del Bosque decidían salir por la zona de autoridades, ignorando al pueblo llano cual reyes ilustrados.
Gesto feo y cargado de significado. El de un equipo superado por las circunstancias que no ha sabido asumir su derrota y que ha dejado a la afición con la palabra en la boca. La semana pasada hablaba de la desmemoria para apelar al respeto por la leyenda que supuso esta selección. Pero después del último gesto de un conjunto que, a todas luces se prepara para un cambio de ciclo, manifiesto mi más profunda decepción.
Un equipo ganador lo es también en las derrotas, en la asunción de los errores y en la valentía que muestra al afrontarlos. No dar la cara es la fea y última página que España ha escrito en este Mundial.
El de triste epílogo de un combinado que se ha escondido cuando todos esperaban una mínima exposición, un gesto, el entono de un mea culpa que no ha llegado, o que cuando ha habido atisbo de su presencia (cómo las declaraciones de Xabi Alonso) ha sido rápidamente silenciado.
Un conjunto que parecía demasiado preocupado en
comenzar las vacaciones y que olvidó las formas. Porque pedir perdón por
Twitter, por muchos caracteres que se usen, es de cobardes.
Y mi artículo del pasado 23 de junio, cuando ensalzaba al combinado nacional
Desmemoriados
Nos hemos olvidado de todo lo que se consiguió, de lo bueno, de las gestas, de las sonrisas, de los gritos de júbilo, del orgullo. La grandeza reside en caer siete veces y levantarse ocho, pero ni las caídas ya permitimos. Triste final el de una generación de jugadores que han provocado tantas alegrías y peor epílogo el escrito por todos aquellos que semejaban deseosos de que llegase el crepúsculo de este equipo de leyenda.
Claro que es criticable la actuación de la Selección, pero para todo hay niveles, y en este caso se han visto muchas veces sobrepasados, como los decibelios de la música, que en ocasiones molestan al oído. Ahora los que aseguraban que la lista de Vicente del Bosque era gloriosa, cacarean el consabido “yo esto ya lo sabía” y se suben al carro de los escépticos. Sin duda no inspiraban confianza los actuales campeones del mundo. Ante tamaña explosión de rigor periodístico sólo nos queda encomendarnos a que el combinado nacional vuelva a alzarse con algún título para presenciar como rápidamente se da la vuelta a la tortilla, en un juego de acrobacia perfecta.
Los que han perdido la memoria y reniegan son los mismos que hace cuatro años se desgañitaron cantando los goles de España, los mismos que acuñaron el célebre “¿A qué quieres que te gane?”, pregunta que cualquier españolito de a pie puede hacer con tono de superioridad medido. Los mismos que se jactaban de no saber cómo eran los jugadores “aborígenes de Australia” y fanfarroneaban aseverando que no habían visto ningún partido del combinado oceánico. Todos ellos, ahora creyéndose unos visionarios, buscan y exponen motivos del descalabro mundialista, dan recetas, hacen de entrenadores con título ya convalidado con la carrera de periodista y se jactan de lo listos que son.
Lo peor es que aún queda un partido de la selección y a continuación todo un Mundial para escuchar sus perlas, que escupirán a borbotones para que suframos una abrupta indigestión. Y para más inri alguno ya amenaza con retransmitir, esperemos que no, el Mundial de Baloncesto de este año. Pobre el combinado de Orenga si osa no conquistar el cetro. Las lanzas ya están en alto y los cuchillos afilados.
Como se dice en la creencia popular, y cual peces, olvidamos a los pocos segundos lo vivido. Por eso seguimos, por eso siguen en ese bucle infinito de crítica, como si se tratase de una afrenta personal recordando lo malo, regocijándose en ello, sintiéndose mejor en la derrota, cuando lo que realmente reconforta son los buenos recuerdos. De ellos se puede vivir mucho tiempo hasta que se construyan otros nuevos, una pena que ellos sólo sean una panda de desmemoriados.
Feliz martes!
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