martes, 2 de abril de 2013

No me llames iluso...

Pues sí, de ilusiones también se vive. Puede que algunos piensen que sólo los crédulos podemos aún siquiera creer que el Deportivo logrará la permanencia, pero yo no me apeo del vagón de los soñadores. Fernando Vázquez, pase lo que pase de aquí al final de temporada, ha conseguido que la afición haya recuperado la esperanza y le ha dado motivos para creer a un equipo deshauciado. 

Un grupo que navegaba en el peor de los mares, el de la desidia, y se dejaba arrastrar por la inercia de un caudal que lo llevaba derecho al precipicio. De ilusiones no se vive, pero sin duda son el alimento del espíritu. ¿O sí se vive de ellas? ¿Acaso es posible existir sin tener una meta, un objetivo, una razón? Esa renacida determinación que hace que ahora los mismos hombres derrotados, que ya habían bajado los brazos y casi escrito su panegírico, griten ahora con rabia, celebren cada gol como si fuese el último y aprieten los puños con fuerza.

El triunfo de la sencillez, de las cosas claras, de los sueños, que ¿por qué no? también forman parte de la vida. Una pizarra pintada con las consignas que dan aliento pero mantienen los pies en el suelo. Una batuta que primero ha despertado a los instrumentos, antes dormidos o sin afinar, y que ahora da las pautas para entonar una sinfonía que camina hacia el Angelus. Una prolongación del técnico en el campo, que es figura silenciosa, ya que el talento sólo se explica sobre el césped y no es necesario verbalizar. Un verdadero líder dentro y fuera, santo y seña de un equipo que ha recobrado la fe en sí mismo.


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